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¡Maldita la incertidumbre que apuñala mis horas tranquilas!

¡Maldita la ineludible presencia de tu recuerdo!

Le he dado todas las posibles variantes al asunto, innumerables ideas diversas han saturado mi mente durante todo este tiempo. Desde las más simples hasta la más complejas, desde la empatía profunda que me hizo llorar a mares hasta la fría apatía desdeñosa que simula arrancarte de mí ser.

He recorrido una y mil veces este intrincado y traicionero laberinto tratando de hallar la salida. Más de mil veces me di por vencida y más de mil más me levanté para intentar rescatarte.

Pero es tan difícil llegar al oscuro y silencioso lugar en el que te encuentras.

Tanto temo que el abismo de la nada te haya abrazado para siempre, que cobardemente espió desde la seguridad de mi falsa calma convenciéndome a mí misma que estoy tratando de ayudarte.

¿Cómo se hace? ¿Cuanta fuerza hace falta? ¿Cuánto tiempo nos queda?

Mi mente quiere soltarte, pero mi corazón se empecina en ir a buscarte. ¡Maldito desconcierto, que me tiene caminando sobre un hilo!

¡Maldita flaqueza, que me doblega cuando la realidad es demasiado triste! ¡Maldita tu decisión de abandonarlo todo!

¡Maldita tu egoísta ceguera!…

Así rebotó del desgarro a la ira, afilando dagas que te hieran y en la otra mano preparada la caricia que te contenga.

Con la mitad de mi cuerpo queriendo huir bien lejos y con la otra encadenándome a tu sufrimiento.

Así me encuentro, soñando por las noches que te has ido, imaginando el llanto desgarrado por haberte perdido.

Después te imagino sonriendo, sorprendiéndome con el filo de tu humor negro y, luego, despierta mi voz que se ahoga en tu mismo silencio y se me anuda el pecho al verte tan ajeno de ti mismo, de lo nuestro, de mi sufrimiento.

¡Maldita la debilidad de mi cariño!

¡Maldita la herida que no cierra!

¡Malditas las cicatrices que te veo abrir una y mil veces!

¡Malditas tus razones! ¡Maldita mi cordura!

¡Maldito tu encierro!….