Seleccionar página

Nunca quise ser así. Mi llegada al mundo hoy me parece un error, un mal cálculo o una distracción. Pretendía nada más que poder amar, una sonrisa tierna, alguien con quien hablar, ser simplemente la niña que quería papá.

Me siento tan sola, aquí, abrazando nada más que a mi propia sombra, perdida en lo profundo de mi misma, luchando batallas que ya están perdidas, sobreviviendo cada día con la vaga fe que me da aferrarme a la ilusión. He llorado demasiado, suplicando que alguien sea capaz de verme aunque fuera sólo un instante pero, inevitablemente, mi cuerpo arrumbado en un rincón parece cubrirse de un manto invisible. Despierto cada día deseando estar en otro lugar, ser capaz de desplegar mis alas y volar lejos, alto y seguro, donde nada me alcance, donde nada me toque, ahí donde tus manos no puedan siquiera rozarme. Poder escaparme entre cada movimiento que me eleve aún más y esquivar con astucia las frías garras de la indiferencia.

No tengo tanta fuerza para ganar una guerra que no se enfrenta más que conmigo misma, no tengo ya las ganas de exponer mi pecho pequeño y frágil ante esa lluvia de balas que no cesa nunca.

Busco sin éxito la certeza de saber qué hacer para que logren ver que estoy aquí, que respiro, que amo, que vivo y que lloro por lo que no soy capaz de sostener entre mis manos. Los acordes de mi voz se ahogan en lágrimas y hablan de ese silencio cruel que ya no sé disimular.

Liberarme de este tormento parece ser el camino, abrir la boca y respirar profundo una bocanada de aire limpio, tomar coraje para hacer que mi palabra retumbe en el hueco del silencio y decir ¡Basta! ¡Necesito que me vean! Pero el miedo me claudica, me domina el terror de que, aun pidiéndolo a gritos, la fatal indiferencia acabe por completo conmigo.

Difícilmente alguien notará mi ausencia, si me voy, si me pierdo quizás nunca nadie me busque, nadie me necesite, y mi existencia se disuelva sin ser percibida.

Si la muerte me abraza con sus gélidas manos, si mi alma se eleva a lo infinito, si mi cuerpo rígido aparece tumbado al costado del camino… ¿Alguien notará que he muerto? ¿Alguien llorará porque me he ido?

Quiero perderme donde mi aspecto ya no importe, donde mis faltas se escondan detrás de mis aciertos, quiero ocultarme en algún lugar tibio, donde no lleguen a mis oídos las palabras que laceran mis sentidos, donde no aniquilen mi alegría con cada golpe que recibo… Pero hoy siento que entre apodos mortales perdí el equilibrio y caigo en lo profundo de un vacío infinito. Y mi ser rebota desde el suelo hasta el infierno mismo, las palabras crueles me empujan a la inmensidad del miedo… Necesito aire… un respiro nada más.

Duele haber llegado a un punto en el que soy incapaz de hallar un retorno posible. Toda mi vida me encontré tapando agujeros con mis manos, justificando acciones de otros, llenando vacíos que no eran míos, pretendiendo ver lo bueno donde no había nada en realidad, tratando de ocupar de alguna manera un lugar que jamás sería mío, mirando al resto a media luz para que las sombras escondieran las verdades.

Hoy estoy parada ante el reflejo de lo inevitable, mis ojos ven lo que hay frente a mí, lo que siempre hubo detrás de cada quien. Mis oídos se abrieron a esas palabras que nunca quise escuchar y mi corazón, ese que intenté hacer de acero, hoy se agrieta ante lo que no puedo cambiar.

La frustración de haber intentado todo lo que estaba a mi alcance para complacer y solamente comprobar que yo no soy suficiente, que nunca va alcanzar, que los ojos que quiero que me vean jamás leerán lo que hay en mi esencia.

El caudal de lágrimas se seca, ya no queda sal por llorar. Vacía y sola he de emprender el viaje. Arriba el cielo que se me hace inalcanzable, abajo el final. La música se detiene dejando mis acordes al filo de la cornisa.

Respiro, me escapo, cierro los ojos y caigo…