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Sólo bastan un hombre, una mujer y el azar de una habitación cualquiera.

De lo imaginario a lo tangible, de lo básico a lo perfecto, sin rodeos ni vueltas.

Un viaje de dos tripulantes y un sólo puerto.

Y cuando menos se lo espera, se rompen los tabúes y las locuras se sueltan.

Oliéndose como fieras salvajes en un celo traicionero, comienza el apasionado juego de la seducción sin freno.

Ella lo desafía primero, intrépida dama de ensueños, clavándole profundo sus pupilas negras para avivar el fuego.

Él le contesta enseguida, con una sonrisa oscura y lasciva, dispuesto a aceptar sin reparos el inquietante desafío que se le ha impuesto.

Sus bocas se aproximan peligrosamente pero, macabras,se resisten al roce; casi perversamente dejan salir un suspiro que entremezcla lo embriagador de sus alientos colmados de deseos.

Él levanta su brazo fornido y apoyando su mano fuerte pero gentil sobre su cuello, la obliga a retroceder.

Un paso lento, después dos y el tercero se frena contra la pared. No hay escapatoria. Ella tampoco quiere una. Sólo pretende, ahí mismo, dejarse llevar por sus instintos.

Él aplasta su cuerpo, aprisiona sus curvas y las funde con las de ella. Cada parte encastra perfecto.

Como piezas de un rompecabezas, centímetro a centímetro, sus cuerpos se moldean con las formas del otro.

Cada protuberancia es recibida con una cóncava bienvenida, cada hueco se completa con un apéndice de exquisito placer.

Sobre ese muro sin vida, se rebalsan los deseos, se restriegan, uno contra otro, desprendiendo chispas de ardiente lujuria desquiciada.

La ropa pone demasiadas barreras entre la sangre de ambos que bulle con fuerza desde el centro de cada uno, luchando por bañar las partes del otro con su esencia. Para mezclarse, fundirse y ser…

Vuela, entonces, cada prenda por el aire, que fue haciéndose cada vez más espeso, más denso, más cálido, excedido de humedad y gemidos ahogados por el éxtasis.

Hay, en esa habitación, dos cuerpos desnudos que se friegan, que se retuercen, que se envuelven.

Manos que se mezclan y se pierden en miles de caricias, suaves, despiadadas, salvajes y románticas.

Una lengua que, como un látigo despiadado, azota los sentidos sin tregua, y otra que, sumisa, gana confianza para traicionarla luego mostrando su voraz dominio.

Como caníbales se devoran, se estremecen, se sumergen, se colman.

El suelo los recibe sorprendido… es muy largo el camino hasta las sabanas, perder tiempo dando pasos hacia la comodidad, es desperdiciar el encanto de lo rustico, lo descuidado, lo espontaneó que surge de imprevisto.

Y él la colma con su sexo y ella se abre para él. Y se arquean, se embisten, se llenan y se vacían.

Rápidos, lentos. Gemidos, sudor y excesos.

Éxtasis desbordado, imágenes prohibidas que se proyectan en las pupilas de ambos.

Besos, humedad y cabellos enredándose entre los dedos.

Caricias, respiraciones exaltadas, subidas y bajadas.

La miel envuelta en lo salado, fuego que arrebata todo a su paso.

Ella le pide más en un grito ahogado, él empuja con potencia complaciéndola y estremeciéndose en la profundidad de su hermosura.

Ella mujer, más mujer que nunca, él bien hombre, en toda la extensión de la palabra y la materia.

Dos seres que se funden en uno, locura que se moldea y se amalgama.

Una explosión blanca que estimula contracciones simultaneas.

Estallan el uno en el otro; agotados de placer se desarman.

Llenos, colmados de espasmos y respiraciones agitadas, casi sin fuerzas, se desmoronan en el suelo que se volvió templado y como en cámara lenta, se separan.

Ella se lame los labios, saboreando el candor de lo que aun siente en sus entrañas.

El suspira profundo, satisfecho de placer, con el cuerpo brillando de sudor y completamente agotado.

Hombre y mujer descansan unos instantes, tratando de recobrar la calma.

El aire los mira quietos, suspendiendo el tiempo en la nada, porque adivina sabiamente lo que pasa.

Bastarán unos minutos y tal vez un sorbo de agua, una breve pausa encontrará el silencio y la calma, para romperse luego cuando ella, como una fiera, lo mire una vez más invitándolo con sus pupilas negras e insaciables y él le responda con una sonrisa oscura y más lasciva todavía…

Eludiendo el cansancio y la fatiga, dos almas sedientas,otra vez, se entregarán al implacable juego de seducción y sexo, donde sus más puros instintos se liberan por completo.